Ser flaca no es negocio

A ver, se los digo desde mis 53 kilos: ser flaca no es negocio. Quizás con esta afirmación arriesgada, mi lectora deje de serlo. En caso de que decida quedarse entre estas líneas, trataré de explicarme mejor.

Sé que puede parecer muy fácil decir “no seas flaca” cuando no se está en guerra con la balanza. Sin embargo, no abandono mi teoría. Sigo abrazando mi sentencia, firme, porque yo también libro una batalla con esa grasa corporea que no terminan de entregarse a mí.

Me convencí aun más de que ser flaca no es negocio cuando ví la escalofriante transformación de la tenista francesa Marion Bartoli. Luego de un triunfo en Wimbledon en el 2013 (a pesar, o quizás gracias, a su sobrepeso), la campeona perdió 18 kilos en tres años. Ella dice que se contagió de un virus maléfico en India pero nadie le cree. Cuando la vieron en el restaurante del All England Club pelear con un plato de lechuga, del que masticaba lentamente la misma hoja, por minutos interminables, decidieron descalificarla del Gran Slam. Para poder competir tenía que ponerse a comer. Y con ganas.

Siempre he escuchado que estar flaca es una moda. Basta ver los desfiles de la semana de la moda de París, Milán o Nueva York para darse cuenta que muchas firmas apuestan por un cuerpo esbelto. No sé si porque los medios y marcas venden -cada vez con mayor empeño – esas figuras que resultan atractivas y complacientes. O porque en el mercado es mucho más rentable hacer que la gente quiera rebajar. La insatisfacción podría ser bautizada como un estimulador del Producto Interno Bruto y el crecimiento de las economías nacionales. Todos pagan por lo que no tienen.

Cierto es que son miles las vías que existen para bajar de peso; cirugías, masajes, medicamentos y dietas, son algunas de las fórmulas a las que las mujeres contemporáneas se someten para estar en la línea. Una recta, vertical, sobre todo delgada, que otros han trazado.  

Pero se los digo en los zapatos de una flaca: la talla 26 tiene un lado oscuro. Hay vestidos que no te quedan bien; adoras el modelo de una prenda y cuando te la pones pareces un palo de escoba mal forrado. Si te gusta el color negro, olvídalo: parecerás un fantasma a punto de desaparecer; la única sobreviviente en una isla. Tienes el plan de conquista perfecto con un outfit super sexy en el que todo es pegado y frente al espejo te das cuenta de que no funcionará: si eres flaca tienes que vestirte con una prenda holgada (pero no tanto) y otra adherente (pero no tanto). Creánme, es una vida complicada. Mejor que sobre a que falte.

También toca lidiar con el comentario burlón de los curiosos: “Niña, ¿qué te pasó? ¿Estás enferma? Porque te veo en el chasis (palabra típica venezolana para describir la carrocería descubierta – y fea – de un automóvil)”.

Creo que ser flaca no es negocio y que la clave del éxito, la felicidad y el amor está en dibujar nosotras mismas las líneas de nuestro cuerpo y nuestras vidas.  Aunque suene banal, querernos es el mejor boceto posible.  

Por Rossana Miranda 


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